Dario Volonté, Tenor de nivel internacional, formó su voz en nuestra iglesia.

La tormenta creaba olas de cine catástrofe a las cuatro y media de la tarde del 2 de mayo de 1982 en el Atlántico Sur. En la caldera del barco el maquinista Darío Volonté, de 19 años, sintió que el piso desaparecía bajo sus pies. No hubo tiempo para pensar. Recorrió a oscuras pasillos y escaleras hasta llegar a cubierta con el agua y el petróleo pisándole los talones. "Después de ayudar a algunos compañeros heridos o quemados tiramos la balsa. No paraba de moverse por el oleaje. Saltamos desde el lado más alto del barco. Gracias a Dios caímos sobre la chalupa. Vi a varios que cayeron al agua y no pudieron zafar", relata.De los 1.093 tripulantes del crucero General Belgrano, 770 lograron salvarse. La explosión y las 29 horas y media a la deriva marcaron al maquinista para siempre. "Todo se volvió relativo desde entonces", reflexiona casi 25 años después.
No era la primera vez que Volonté se quedaba casi en el aire. Sin la violencia de un torpedo inglés, la muerte de su papá, a los 7,y la economía que apretaba y obligó a salir a buscar un laburo a los 14 golpearon duro. De Pompeya a Santos Lugares y de allí a Patrón al 6800, en pleno Liniers. "Una casa que tenía el almacén de doña Felisa en el local de adelante", recuerda.
Mientras mamá Angela trabajaba en una fábrica, Darío estudiaba. Se ofreció como aprendiz en una tornería de la calle Tellier (hoy Lisandro de la Torre) y al otro día el overol que usaba para ir al colegio se transformó en su atuendo de trabajo. Aunque llegó a oficial tornero siguió buscando algo mejor pago. Un día acompañó a su mamá al Mercado de Liniers y leyó: "Joven argentino, si tienes entre 15 y 18 años...". Llamó, preguntó por el sueldo y en febrero del '79 entraba a estudiar en la Escuela de Mecánica de la Armada. La ESMA.
Cuando una mañana, tres años más tarde, le dijeron que tenía que tomarse un tren a Bahía Blanca porque "tomaron las Malvinas" pensó que lo estaban cargando. "Si tenías conciencia militar de la relación de fuerzas, te dabas cuenta de que con los ingleses no podías", explica. No era una broma. Apenas pudo llamar y pedir que le avisen a la operaria Angela que su hijo estaba en viaje a Puerto Belgrano. Menos de un mes después, cuando el agua se empeñaba en cubrir por completo la balsa, Volonté dice que pensó en ella: "Pobre mi vieja. Quedó viuda a los 28 y ahora se le muere el hijo", se dijo a sí mismo.
CHARLA DE CAFE
Darío Volonté propone un bar de San Cristóbal para la entrevista en vez del Colón, cuya temporada cierra con la Turandot que canta en el Luna Park, lugar en el que confiesa haber estado sólo para hacer un flete. Remera negra, pantalón camuflado, barba raleada con algunos brotes canos. Un vendedor ambulante lo saluda con un hola maestro. Quizás hasta sepa quién es.
El cantante pide disculpas por los cinco minutos de demora. Antes de sentarse le habla al oído a la moza. La milanesa con papas fritas no tarda en llegar. Acompaña una gaseosa light.
No se apura para contar su historia. Malvinas fue un trago amargo: "Para lo único que sirvió fue para que nunca más se pensara en soluciones militares frente a crisis políticas".
Cuando regresó del sur comenzó a fabricar muñecos de pañolenci, que vendía negocio por negocio. Después fueron prepizzas y también probó vender terrenos, hasta que con una plata que le pagó la Marina y sus ahorros compró su primera camioneta: un Rastrojero.
Trabajó para varias agencias de fletes y algunas empresas. "Cargué heladeras, bolsas de cemento, pianos, lo que fuera", cuenta. Y empezó a tomar clases de canto en la Iglesia Nueva Apostólica con el Pastor (Dirigente del coro) José Crea, su "único maestro".
Quien le hizo comprender que contaba con una voz de tenor que podía ser su instrumento.
Una tarde, cuando se estaba yendo a su clase, otro fletero lo paró:
-¿A dónde vas?-A Temperley, a estudiar canto.
-¿Se come de eso?
-Si a uno le va bien, sí.
El Gallego lo despidió con un mensaje "bien de inmigrante que se rompió el traste", que Volonté no olvidaría amás: "Entonces, estudiá".
Para tener más tiempo pasó de fletero a cartonero con camioneta. Aprovechaba las noches para recorrer las calles a bordo de una Dodge 200 que reemplazó al Rastrojero, en busca de papeles y botellas.
En 1996 la gente de Opera de Buenos Aires le propuso cantar Tosca en el teatro Broadway. Al año siguiente lo llevaron a Letonia para grabar una versión de El matrero, de Felipe Boero, que nunca se editó. El periplo le sirvió para saber cómo era cantar sin tener que trabajar de otra cosa. ¡Qué bien que viven los cantantes!, dice que pensó.
La decisión de probar suerte en Europa estaba tomada. Había un desafío artístico, pero no era el único. "Si no hubiera habido una motivación económica no lo hubiese hecho", se sincera. Además la opción de "hacer cola en el Colón" no lo seducía: "No me interesaba esperar que alguien decidiera si estaba para cantar o no".
Emprendió entonces una gira con una compañía rusa por Holanda y por Bélgica, cantando Il trovatore y Un ballo in maschera, que le sirvió para tomar confianza y hacerse ver. Un llamado desde Bologna le valió la oportunidad de reemplazar a Ignacio Encina en el Comunal de Trieste. "Ahí arrancó todo", dice.
Su debut en el Colón fue recién en el '99, con Aurora. "A mi agente Pupi se le ocurrió una frase ingeniosa que decía 'ex combatiente le canta a la bandera en el Teatro Colón'", recuerda y sigue: "La sala explotó de gente, hice un bis algo que jamás había sucedido en una función de Gran Abono –y me dio una popularidad en el país que aún hoy me sigue abriendo puertas".
El celular interrumpe la charla. Le avisan que alguno de sus perros se metió en la casa y disparó la alarma. El hombre vuelve a disculparse: "La desactivo y vuelvo".
Buen momento para repasar su currículum. Actuaciones en las óperas de Zurich, París, Berlín, Roma, Tokio; en los teatros Alla Scala de Milán, Real de Madrid, Regio de Parma; los festivales de Wexford y Torres del Lago. Turandot, Tosca, Don Carlo, Ernani, La fanciulla del West se suman a los títulos de su debut europeo. Hay más, pero Volonté reaparece y el diálogo se reanuda.
Da curiosidad saber si pudo corroborar su idea de la buena vida del cantante. "Seguro que es mucho más cómodo que cargar cosas pesadas, pero yo no siento que me haya escapado de una vida de sacrificio. No tengo la sensación de haber laburado triste alguna vez", asegura. El alto grado de exposición al que vive sometido el cantante le genera una responsabilidad que no puede soslayar. "Si me contratan y me vienen a buscar a la pampa húmeda, yo les tengo que dar una voz cultivada y un nivel de calidad superlativo", reconoce.
YO CANTO PORQUE ME GUSTA
Frente a sus papas fritas ya heladas, el tenor cuenta que cuando empezó a ganar algo de dinero y juntó lo suficiente como para comprar un puesto de diarios, se dijo: "Ahora no me van a poder venir a correr. Canto si me conviene".
Defender su libertad de elección le valió sinsabores. Mandar "a freír churros a más de uno" a veces lo pagó con la cancelación de contratos. En otros casos fue él quien prefirió no firmar. "La Metropolitan Opera de Nueva York me había ofrecido un contrato que no me convencía y mi respuesta fue que no me sentaría a negociar un trato así", en una decisión que hizo que algunos lo trataran de loco.
Con una carrera que se arma a medida que transcurre, a diferencia de muchos cantantes de su nivel que tienen programadas sus temporadas hasta 2010, Volonté aún no firmó nada para 2007. "No me imagino mi vida hipotecada así", declara. "Si tengo que elegir entre vivir bien y barato o vivir bien y caro, elijo lo primero. Eso me da la libertad de laburar con quien, cuando y donde quiero. Y si me ponen contra la pared, dejo de cantar, me compro un puestito o un camión y me hago la vida igual", agrega.
Fuente Diario Clarín